domingo, 13 de marzo de 2011

Aprende a perdonar


por Lourdes E. Morales-Gudmundsson

La doctora Val Shean, una veterinaria cristiana que puso su clínica en Uganda, África, ha logrado abrir puertas para el evangelio por cuidar el ganado de la tribu de los Karamajong. Pero no solo para el evangelio, sino para la reconciliación entre facciones dentro de esta tribu que ha tenido un largo historial de conflictos.


Poco después de poner su clínica, un miembro del personal desfalcó miles de dólares de la cuenta de la clínica. Este hombre supuso que sería despedido, pero tal no fue el caso. La Dra. Shean pensó así: “Vine a África para compartir el amor de Cristo, no para proteger una cuenta bancaria.” Así fue cómo la médica enfrentó a este hombre, que confesó la malversación de fondos. ¿La respuesta de ella? “Te perdono. Ahora bien, vamos a hacer un plan para que devuelvas el dinero en pagos mensuales y… ¡volvamos ya a trabajar!” El perdón de esta cristiana impactó tanto a este señor, que le abrió el corazón al evangelio y se entregó a Cristo. Diez años después, este señor sigue siendo uno de los miembros más fieles del equipo de la doctora Shean.*

No hay duda alguna de que el perdón tiene un poder transformador para la vida humana. La filósofa Hannah Arendt señala que si no fuera por el perdón, los seres humanos seríamos condenados a cargar la acumulación de ofensas de toda una vida… ¡hasta la tumba! Mirado exclusivamente desde una perspectiva humana, la filósofa tiene toda la razón. ¡Qué destino más espantoso!

Por eso los cristianos tenemos un privilegio tan inmenso al contar con el perdón de Dios. Por la fe nos asimos de ese perdón para ir dejando atrás las cargas emocionales del pasado, y para entrar con la frente en alto en una dimensión que nos permite perdonar a los demás.

Debbie Cuevas Morris fue víctima de una violación por el hombre que se hizo famoso a causa de la película Dead Man Walking [El muerto que camina]. Por la gracia de Dios, ella no murió a manos de este criminal, como murieron otras víctimas; pero la vida de Debbie se convirtió de ahí en más en una tortura de miedos y rabia: Miedo porque el hombre saliera de la cárcel y la matara, tal como él se la había asegurado, y rabia por sentirse inútil y marginada frente a la atención que la monja Helen Prejean y la prensa le prestaban al violador y no a ella, la víctima.

Un día le llegó la noticia de que su agresor había recibido la pena de muerte. Pero ni esto la tranquilizó. Un día, sentada en la iglesia, se dio cuenta de que lo que le faltaba para poder desligarse de una vez por todas de la carga de dolor que la embargaba era perdonar a Robert Willie, su agresor. Allí mismo hizo la decisión de entregar a este hombre en las manos de Dios, y como resultado sintió que se le había quitado de encima una carga abrumadora. Con esa decisión, empezó su nueva vida de fe y confianza en el Señor y en los demás.

¿Qué ocurre en nuestras mentes cuando alguien comete una ofensa grave contra nuestra persona? Por ejemplo, cuando somos víctimas de una traición, empezamos a dudar de que el mundo sea un lugar seguro o benevolente. Más aún, empezamos a dudar de nuestro propio valor como seres humanos, y nos preguntamos: “¿Será cierto que yo no valgo nada y que merezco lo que me hicieron?” Y si hemos sido los agresores, con más razón dudamos de nuestro propio valor intrínseco. Estas dudas nos hunden en un sumidero de incertidumbres, en el cual el enemigo de nuestras almas quiere que nos quedemos atascados, paralizados. Pero Jesús nos invita a mirar más arriba, para verlo colgado en una cruz, rogando por el perdón de los que lo crucificaban. Esa invitación es para que recapacitemos y veamos que Alguien ya pagó la deuda de nuestro pecado y del pecado ajeno. Solo queda que tú ejerzas la fe en el perdón divino y pongas en práctica ese mismo perdón para con los que te hayan ofendido. ¿Por qué? Porque somos los perdonados.

El modelo divino del Dios amoroso y perdonador en el centro de nuestra fe te servirá frente cualquier ofensa. Para poner ese modelo en marcha, debes entender que la muerte de Jesús le abrió la puerta de la gracia y el perdón a toda la humanidad. Esa muerte fue valedera para la salvación de “todo aquel que en él cree” (S. Juan 3:16). Pero no todos creerán ni aceptarán la muerte expiatoria de Cristo. Asimismo, tú podrás perdonar a tu ofensor, pero no siempre podrás reconciliarte con él.

¿Cuál es la diferencia entre el perdón y la reconciliación? El perdón es como una calle de un sentido. Sale de la persona ofendida y se dirige hacia su ofensor. Cuando llega al ofensor, éste puede o no aceptar el regalo que su víctima le extiende generosamente. Si lo acepta, habrá un arrepentimiento acompañado por una disculpa sincera. Esta disculpa le abrirá paso a la reconciliación. Si el ofensor no acepta el regalo, entonces cerró la puerta de la reconciliación. Por lo tanto, la reconciliación debe entenderse como una avenida de dos sentidos: Por una vía pasa el perdón inmerecido de parte de la persona ofendida hacia su ofensor y, en sentido contrario, la confesión y el arrepentimiento del ofensor hacia la víctima.

¿Se puede perdonar al ofensor que no se arrepiente? Sí, puesto que perdonar beneficia, más que a nadie, a la persona ofendida. David Pelzer fue abusado cruelmente por su madre cuando era niño; el peor caso de abuso de un niño en la historia de California hasta esa fecha. La madre tenía otros hijos pero, por alguna razón, dirigió todo su odio hacia David. Tanto sus hermanos como su propio padre guardaban un silencio cómplice para no despertar la furia de esta mujer. En su libro A Boy Called “It” [Un niño llamado “Cosa”], Pelzer cuenta cómo la inquina de su madre era tal que no era capaz de llamarlo por su nombre. Por fin, una maestra se fijó en los moretones que el niño tenía en la cara y en los brazos, y se ocupó de informar el caso a las autoridades.

Gracias a la intervención de personas caritativas y de agencias del Estado, David se educó y ha dedicado su vida a prevenir el abuso de los niños. En un segundo libro, A Man Named David [Un hombre llamado David], relata cómo ha logrado perdonar a su madre y cuántas veces ha intentado, sin éxito, reconciliarse con ella. Aunque ella lo sigue despreciando, Pelzer insiste en que no dejará de perdonarla, y añora el día cuando ella reconozca el error de su comportamiento para con él. Pero si ese día nunca llega, él queda conforme consigo mismo porque la pudo perdonar.

¿Qué quiere decir perdonar, si no es reconciliarse? Perdonar quiere decir que se intensifica en ti el deseo de abandonar los sentimientos justificados de encono contra una persona que te ha hecho un daño. Este deseo puede nacer de una convicción religiosa, de un deseo de reentablar una relación con la persona ofensora, o ¡simplemente de sentirte hastiado de cargar a esa persona en tu alma! O sea, cuando el negativismo de cargar resentimientos empieza a enfermarte, esto también puede ser un motivo para perdonar. El asunto es que hay algo que Dios ha puesto en cada uno de nosotros que pide perdonar y ser perdonados. Es la única forma de volver a una vida equilibrada y saludable, enraizada en un presente esperanzado, y no en un pasado oscuro y sin esperanzas de cambiar. De hecho, no hay nada que pueda cambiar el pasado; ni perdonar ni dejar de perdonar. Sin embargo, el perdón nos alivia.

Al perdonar, no aprobamos el mal que se nos hizo sino que nos libramos de la carga de malestar que nos dejó aquella ofensa. Es un favor que la víctima se hace a sí misma; y si el ofensor acepta el perdón, también se favorece. Al perdonar, no aspiramos cambiar nada más que el presente y nuestras actitudes hacia los demás. Lo ha dicho todo el poeta José Martí:

Cultivo una rosa blanca
en junio como en enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.

El perdón puede ir más allá de una decisión, para convertirse en un estilo de vida, una manera de responder a las injurias con un espíritu noble y paciente. Esto no quiere decir que el perdón impida que se busque la justicia. De ser necesario, se pueden utilizar los medios disponibles por las leyes de un país para conseguir un fallo que ayude a equilibrar la balanza de la justicia. Pero solo el perdón te dará la tranquilidad de espíritu para recoger el hilo de tu vida y recobrar el gozo y la paz, y tal vez inclusive la salud.

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