por Carlos A. Camacho
Nunca olvidaré una mañana de sábado cuando una dama se acercó en el pasillo de la iglesia y me dijo: “¡Ay pastor, no sé qué voy a hacer con mis hijos!” Con los ojos llorosos y luchando por contener las lágrimas, me confió que había tenido una noche muy difícil con sus tres hijos, dos de ellos adolescentes y uno preadolescente.
“¿Qué pasó?”, le pregunté. En cuestión de segundos, mi mente repasó la lista de pecados que comúnmente se les atribuyen a los jóvenes, sin saber que el problema al que me enfrentaba rebasaba los límites de mi entendimiento.
“Pastor, usted sabe que los jóvenes son terribles y mis hijos no son la excepción”. Sus palabras comenzaron a alarmarme: ¿Será que habrán matado a alguien?, me preguntaba por dentro. Ella continuó: “Mis hijos… ¿Por qué no viene a mi casa?”
El lunes de tarde la visité en su casa. Después de muchos rodeos en la conversación, descubrí que el monumental problema de sus hijos eran los frijoles que jamás faltaban en la cena, y que ejercían su efecto en el sistema digestivo de los muchachos. Lo que debía haber sido una tarde de consejería pastoral, terminó siendo una clase de planificación de alimentos para los días siguientes.
Albergar una actitud negativa hacia los jóvenes es tan común como el pan (o las tortillas para los que somos mexicanos). Hemos aprendido a ver la adolescencia, y en algunos casos la juventud, como si fuese una enfermedad o un problema. Mi convicción es que en torno de la adolescencia y juventud se han tejido muchos mitos. La imagen que Hollywood presenta con frecuencia de los jóvenes es que son materialistas, indiferentes, adictos, mentirosos, inmaduros, desubicados, carentes de valores morales, groseros y, el favorito, idiotizados por tanta tecnología.
Pero, ¿son los jóvenes así, o se trata de un mito que nos han vendido? Algunas veces los mitos tienen base, pero comúnmente son tradiciones colectivas que responden directamente a los deseos y temores de los adultos.
A continuación deseo compartir siete mitos acerca de los jóvenes, que influyen directamente en la forma que un adulto se relaciona con ellos:
Los jóvenes andan mal: No por imprecisa, esta frase deja de ser la favorita entre las personas que no tienen deseos o tiempo para relacionarse con la juventud. Con frecuencia la usan para explicar la resistencia al estatus quo mostrada por los jóvenes.
Sin embargo, asumir que es malo no estar de acuerdo con el estatus quo es contraproducente. En primer lugar, porque cuestionar las reglas existentes es parte del desarrollo del adolescente. Y en segundo lugar, porque se emite un juicio que daña lo que el joven más espera de nosotros los adultos: que se lo trate con confianza y no se le reprima su derecho a opinar. Al fin y al cabo, el joven crece cuando aprende a evaluar por sí mismo el mundo que lo rodea, y no cuando se lo fuerza a ver las cosas como los mayores las ven.
El antídoto: Acepte que eso que llamamos “rebeldía del adolescente” no es más que el clamor del muchacho que pide espacio para definir su propia persona. En vez de negarle ese derecho, dele confianza, amor genuino y sea usted mismo un buen modelo. Descubrirá que la frase los jóvenes andan mal es un mito simplemente.
Los adolescentes todavía no son personas completas: Con frecuencia, al interactuar con padres de adolescentes, recibo la impresión de que aquellos piensan que estos son “casi” personas. Por lo tanto, los tratan como si no fuesen personas completas. En honor a la verdad, la palabra “adolescente” significa que adolece de algo. Pero, ¿de qué adolece el joven? Le falta madurez y experiencia. Ahora bien, un individuo puede carecer de experiencia, pero eso no lo disminuye como individuo. Es tan solo una persona sin experiencia.
El antídoto: Acepte y respete al adolescente como una persona en el pleno sentido de la palabra. Eso significa que usted confiará en él, escuchará sus opiniones, le permitirá tomar decisiones, y le entregará responsabilidades. Usted se sorprenderá al ver cómo el adolescente se eleva a la altura del respeto y consideración que recibe.
Los jóvenes no son espirituales: El adulto tiende a asociar la espiritualidad con la apariencia externa y con el apego a ciertas rutinas y ejercicios religiosos. Los jóvenes de hoy en día, en cambio, recelan de la religión. A ellos, a menudo, no les interesa la apariencia ni los ejercicios rutinarios del culto. Desean algo más genuino, algo que nazca del corazón. Esta discordancia entre los gustos religiosos de los adultos y los de los jóvenes, llevan a pensar que estos no son espirituales.
Paradójicamente, la juventud de hoy en día es más sensible a los temas espirituales de lo que fue en épocas pasadas. Los jóvenes están siempre buscando un guía espiritual, una persona que sea genuina a quien seguir y en quien confiar.
El antídoto: Experimente a Jesús junto con el adolescente. En otras palabras, incorpore en la vida diaria los grandes principios de amor, de respeto, de servicio al prójimo y de confianza en Dios. El adolescente no está interesado en escuchar un largo sermón, pero sí está interesado en ver cómo usted trata a su esposa, o cómo ayuda al mendigo de la calle. Permita que Jesús se encarne en usted y descubrirá cómo el adolescente lo seguirá.
A los jóvenes no les interesa relacionarse con los adultos: Los estudios muestran que los jóvenes que triunfan en la vida alcanzan sus logros gracias a la ayuda de un grupo de adultos que siempre creyó en ellos. Esto demuestra que todo joven anhela y necesita tener relaciones significativas con los adultos que lo rodean. En mi experiencia con los jóvenes, he descubierto que la única razón por la que algunos deciden no relacionarse con los adultos es porque éstos los han herido y maltratado.
El antídoto: Dé por sentado que el adolescente lo necesita a usted. Y, ¡tranquilo! El adolescente no espera que usted use las palabras, los modales o el estilo de ropa que él usa para apreciarlo profundamente. Todo lo que usted tiene que hacer es interesarse en él, por sus preocupaciones y por sus anhelos.
Los jóvenes no quieren disciplina: El hecho de que los niños y los adolescentes tratan con frecuencia de empujar los límites o quebrantar las barreras, es precisamente la prueba de que desean conocer qué es lo apropiado y qué no. Nuestros jóvenes no solo necesitan reglamentos claros y de fácil comprensión, sino que los anhelan. Los desean porque su vida es mucho más sencilla cuando conocen las expectativas de sus padres. Desgraciadamente, que conozcan claramente lo que se espera de ellos no es siempre suficiente para prevenir ciertos comportamientos. Pero aun así, es vital para el desarrollo integral del joven que exista en su vida una estructura que defina claramente lo permisible de lo que no lo es.
El antídoto: Asuma que el adolescente se siente más seguro cuando existe disciplina en su vida. Cree un espacio en el que el joven se mueva con libertad. Al mismo tiempo, muéstrele cuáles son los límites. Explíquele con bondad y respeto los peligros que el traspaso de esos límites entrañarían, y ayúdelo a que decida respetarlos.
Los jóvenes carecen de iniciativa: ¿Recuerda cuando sus pequeños querían ayudarle a hacer las tareas y lloraban si usted no les daba oportunidad? Por lo general, ¿cuál era su respuesta?
La apatía aparente de la juventud es más una reprimenda a los adultos que una característica propia. El joven se caracteriza por su energía y disposición a la acción. Todo joven anhela hacer algo. Sin embargo, cuando un joven carece de iniciativa es porque algo se ha roto dentro de él. Dios creó a cada ser humano con eso que yo llamo un motor propio.
Desafortunadamente, cuando el niño crece sin recibir afecto, sin recibir la dosis de respeto y disciplina que necesita, sin recibir el aprecio que su alma requiere, ese motorcito se apaga.
El antídoto: Para encender la chispa de la iniciativa en el joven, usted necesita levantar la moral de él. El adolescente desea ser parte activa de la vida. ¡Ayúdelo a integrarse! Es un proceso que requiere sabiduría y paciencia. El adolescente necesita escuchar y sentir que usted cree en él, que confía en él, y que espera en él. Está demostrado: cuanto más afecto recibe el adolescente, más respeto propio desarrollará. Y cuanto más respeto propio, más iniciativa tendrá.
Los jóvenes no crecen con los valores de sus padres: Si bien es cierto que existe un vacío de valores en nuestra sociedad, también es cierto que los valores de los hijos son trasmitidos mayormente por los padres. Nosotros definimos, consciente o inconscientemente, los valores de nuestros hijos.
Hay que saber diferenciar entre valores y tradiciones familiares o culturales. Recordemos que los jóvenes que están creciendo en este país van a tener muchas diferencias sociales y culturales con respecto a nosotros los adultos. Pero eso está bien, no podemos cambiarlo. Hablarán un idioma diferente al nuestro, y con mejor pronunciación, pero los valores que usted les trasmitirá serán exactamente los mismos que los suyos. Aunque los valores serán influenciados por el medio ambiente cultural, aun así es privilegio de todo padre, educador o adulto establecer un cimiento sólido de virtudes en la vida tierna de nuestros jóvenes.
El antídoto. Nuestros jóvenes siempre necesitarán valores para regir sus vidas, tales como el respeto, la honestidad, un código de ética y de conducta, etc. Y la persona encargada de transmitir esos valores es usted, con palabras y con acciones. Usted no podrá convencer a su hijo a que sea honesto, si utiliza “mentiras blancas” para salir de alguna situación vergonzosa. Primero sea honesto con usted mismo. No podrá convencerlo a ser un trabajador excelente y honrado si usted no lo es primero. Lo que usted vive, sus hijos reflejarán.
El autor es el gerente de comercialización del Departamento Internacional de la Pacific Press.
Fuente: El Centinela. Agosto 2010
0 comentarios:
Publicar un comentario