¿Uno o Tres?
por Seth Pierce
Hace varios años pasé algunas horas en el Museo de Arte de Chicago con varios amigos que tenían un conocimiento del arte infinitamente superior al mío. Mientras recorríamos las amplias galerías, descubrí varias esculturas y pinturas que me impresionaron y captaron mi atención. ¡Eran realmente hermosas!
Algunos paisajes e imágenes de naturaleza muerta y grandes estructuras me hicieron sacar la cámara y tomar algunas fotos (sin flash, por supuesto). Pero al continuar nuestra odisea artística descubrí un patrón perturbador: encontramos cuadros totalmente inexplicables. Vi imágenes cuyos elementos no tenían conexión lógica entre sí. Algunas piezas eran esculturas que solo puedo describir en términos de largas, puntiagudas u ondeadas. En algunos cuadros la técnica del autor me dejaba estupefacto. Uno de ellos mostraba un desfile de personas en un parque; al acercarme noté que la entera composición había sido formada por puntitos de pintura de diferentes colores.
En el cristianismo también hay un cuadro de Dios que es difícil de entender. Los eruditos religiosos han discutido y se han acusado de herejes unos a otros en el proceso de intentar descifrar su composición.
El cuadro comienza con algo que se llama el shemá, una oración matutina y vespertina en el judaísmo. Es una declaración que se encuentra en Deuteronomio 6:4: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”. Este versículo afirma que el Dios de la Biblia no es muchos dioses, sino un Dios. Tanto los judíos como los cristianos son monoteístas, pero cuando analizamos esta declaración, la situación se torna un tanto difícil. En vez de un Ser divino en la Biblia, los cristianos aprenden que aparentemente hay tres.
Si leemos la Biblia, encontraremos en el mismo principio que uno de los nombres hebreos de Dios es YHWH (pronunciado Yahvé). YHWH aparece a lo largo del Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento se habla de YHWH como de un Padre que reside en el cielo y merece gloria.
Pero la Biblia también habla de un Ser llamado Jesús, que también es Dios. Al describir el nacimiento de Jesús, el Evangelio de San Juan abre con las palabras: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (S. Juan 1:1). En el griego la palabra logos, traducido al español como “Verbo”, lleva la connotación de fuerza creativa, habilidad mental y razón. En este pasaje, la Biblia se refiere a un Ser divino con conocimiento y poder que no solo estaba con Dios al principio de la creación, sino que era Dios en sí mismo.
Más tarde, cuando Felipe le pidió a Jesús que le mostrara a los discípulos el Padre celestial, Jesús le respondió: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (S. Juan 14:9).
Y si eso confunde las cosas, considere que Jesús también aseguró poder perdonar pecados, y dijo que él y el Padre “uno somos” (S. Lucas 5:21-23; S. Juan 10:30; 17:11). Por lo tanto no es extraño que los líderes religiosos de sus días intentaron apedrear a Jesús por blasfemia (S. Juan 10:33). Jesús no era meramente un maestro sabio. Él aseguró ser divino. El Nuevo Testamento dice que Jesús participó en la creación del mundo (S. Juan 1:1-3; Colosenses 1:15, 16).
¿Un ser etéreo?
También existe un tercer elemento en este “cuadro” de Dios. Otro Ser participó también en la creación; la Biblia lo llama el Espíritu Santo o Espíritu de Dios. Al hablar del mundo antes de que fuera transformado para ser habitado por los seres humanos y los animales, Génesis 1:2 dice: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”.
El Espíritu también le otorga destrezas y conocimiento a las personas (Éxodo 31:3), los habilita para profetizar (1 Samuel 10:10), e incluso puede ser desafiado por la rebelión humana (S. Mateo 12:31). En el Nuevo Testamento, Jesús les dice a los discípulos que aunque él ascienda al cielo, le pedirá al Padre “y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad” (S. Juan 14:16, 17). Este Espíritu no es una fuerza ciega e inconsciente. Tiene voluntad y puede tomar decisiones y hacer elecciones. En 1 Corintios 12:11 se dice que distribuye dones espirituales a los creyentes “como él quiere”.
Expliquemos la confusión
Finalmente existe un cuadro de los tres —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— en ocasión del bautismo de Jesús. Según Jesús salía del agua, “y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (S. Lucas 3:22).
Algunas personas han creado analogías muy ingeniosas para explicar este cuadro. Dicen que Dios es tres y uno a la vez como el hielo, la lluvia y el vapor son agua; que Dios es como el pasado, el presente y el futuro, aspectos diferentes de una sola cosa: el tiempo. Otros comparan a Dios con un matrimonio, cuando dos personas llegan a ser “una” (Génesis 2:24; S. Mateo 19:5, 6).
Ninguna de estas comparaciones explica totalmente cómo funciona este cuadro de tres divinas personas en una. El caso es que la naturaleza de Dios está más allá de la comprensión humana. El término Trinidad es uno de los mejores recursos para describir lo que vemos. Aunque refleja el cuadro de Dios en las Escrituras, no ofrece una definición precisa del funcionamiento de Dios.
¿Por qué ha de sorprenderme que yo no tenga la capacidad para entender completamente la misma sustancia de Dios como Ser? Si yo puedo definir a Dios, clasificarlo y ponerlo dentro de una caja, dejaría de ser Dios y yo dejaría de adorarlo.
En esencia, aunque la Trinidad sea un misterio difícil de explicar, también se trata de un hermoso punto de partida asombroso para mí y me dice que yo adoro a un Dios infinitamente complejo.
por Seth Pierce
Hace varios años pasé algunas horas en el Museo de Arte de Chicago con varios amigos que tenían un conocimiento del arte infinitamente superior al mío. Mientras recorríamos las amplias galerías, descubrí varias esculturas y pinturas que me impresionaron y captaron mi atención. ¡Eran realmente hermosas!
Algunos paisajes e imágenes de naturaleza muerta y grandes estructuras me hicieron sacar la cámara y tomar algunas fotos (sin flash, por supuesto). Pero al continuar nuestra odisea artística descubrí un patrón perturbador: encontramos cuadros totalmente inexplicables. Vi imágenes cuyos elementos no tenían conexión lógica entre sí. Algunas piezas eran esculturas que solo puedo describir en términos de largas, puntiagudas u ondeadas. En algunos cuadros la técnica del autor me dejaba estupefacto. Uno de ellos mostraba un desfile de personas en un parque; al acercarme noté que la entera composición había sido formada por puntitos de pintura de diferentes colores.
En el cristianismo también hay un cuadro de Dios que es difícil de entender. Los eruditos religiosos han discutido y se han acusado de herejes unos a otros en el proceso de intentar descifrar su composición.
El cuadro comienza con algo que se llama el shemá, una oración matutina y vespertina en el judaísmo. Es una declaración que se encuentra en Deuteronomio 6:4: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”. Este versículo afirma que el Dios de la Biblia no es muchos dioses, sino un Dios. Tanto los judíos como los cristianos son monoteístas, pero cuando analizamos esta declaración, la situación se torna un tanto difícil. En vez de un Ser divino en la Biblia, los cristianos aprenden que aparentemente hay tres.
Si leemos la Biblia, encontraremos en el mismo principio que uno de los nombres hebreos de Dios es YHWH (pronunciado Yahvé). YHWH aparece a lo largo del Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento se habla de YHWH como de un Padre que reside en el cielo y merece gloria.
Pero la Biblia también habla de un Ser llamado Jesús, que también es Dios. Al describir el nacimiento de Jesús, el Evangelio de San Juan abre con las palabras: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (S. Juan 1:1). En el griego la palabra logos, traducido al español como “Verbo”, lleva la connotación de fuerza creativa, habilidad mental y razón. En este pasaje, la Biblia se refiere a un Ser divino con conocimiento y poder que no solo estaba con Dios al principio de la creación, sino que era Dios en sí mismo.
Más tarde, cuando Felipe le pidió a Jesús que le mostrara a los discípulos el Padre celestial, Jesús le respondió: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (S. Juan 14:9).
Y si eso confunde las cosas, considere que Jesús también aseguró poder perdonar pecados, y dijo que él y el Padre “uno somos” (S. Lucas 5:21-23; S. Juan 10:30; 17:11). Por lo tanto no es extraño que los líderes religiosos de sus días intentaron apedrear a Jesús por blasfemia (S. Juan 10:33). Jesús no era meramente un maestro sabio. Él aseguró ser divino. El Nuevo Testamento dice que Jesús participó en la creación del mundo (S. Juan 1:1-3; Colosenses 1:15, 16).
¿Un ser etéreo?
También existe un tercer elemento en este “cuadro” de Dios. Otro Ser participó también en la creación; la Biblia lo llama el Espíritu Santo o Espíritu de Dios. Al hablar del mundo antes de que fuera transformado para ser habitado por los seres humanos y los animales, Génesis 1:2 dice: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”.
El Espíritu también le otorga destrezas y conocimiento a las personas (Éxodo 31:3), los habilita para profetizar (1 Samuel 10:10), e incluso puede ser desafiado por la rebelión humana (S. Mateo 12:31). En el Nuevo Testamento, Jesús les dice a los discípulos que aunque él ascienda al cielo, le pedirá al Padre “y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad” (S. Juan 14:16, 17). Este Espíritu no es una fuerza ciega e inconsciente. Tiene voluntad y puede tomar decisiones y hacer elecciones. En 1 Corintios 12:11 se dice que distribuye dones espirituales a los creyentes “como él quiere”.
Expliquemos la confusión
Finalmente existe un cuadro de los tres —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— en ocasión del bautismo de Jesús. Según Jesús salía del agua, “y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (S. Lucas 3:22).
Algunas personas han creado analogías muy ingeniosas para explicar este cuadro. Dicen que Dios es tres y uno a la vez como el hielo, la lluvia y el vapor son agua; que Dios es como el pasado, el presente y el futuro, aspectos diferentes de una sola cosa: el tiempo. Otros comparan a Dios con un matrimonio, cuando dos personas llegan a ser “una” (Génesis 2:24; S. Mateo 19:5, 6).
Ninguna de estas comparaciones explica totalmente cómo funciona este cuadro de tres divinas personas en una. El caso es que la naturaleza de Dios está más allá de la comprensión humana. El término Trinidad es uno de los mejores recursos para describir lo que vemos. Aunque refleja el cuadro de Dios en las Escrituras, no ofrece una definición precisa del funcionamiento de Dios.
¿Por qué ha de sorprenderme que yo no tenga la capacidad para entender completamente la misma sustancia de Dios como Ser? Si yo puedo definir a Dios, clasificarlo y ponerlo dentro de una caja, dejaría de ser Dios y yo dejaría de adorarlo.
En esencia, aunque la Trinidad sea un misterio difícil de explicar, también se trata de un hermoso punto de partida asombroso para mí y me dice que yo adoro a un Dios infinitamente complejo.
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